¿Cómo decírselos? ¿Cómo explicar que el camino a comprar un poco de harina y regresar a su casa se había convertido en un talud difícil de librar? Sólo quería un poco de harina, la suficiente para que su madre pudiera dar de comer a sus hermanos y a ella. Sólo quería estar bien y llevar lo mejor posible las cosas que se había torcido desde hacía varios años. Algo le había hecho ver que su destino estaba sellado y que no podría escaparse. Alguna vez su padre quiso violarla, pero no era el momento de la deshonra...
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¿Cómo decírselos? ¿Cómo explicar que el camino a comprar un poco de harina y regresar a su casa se había convertido en un talud difícil de librar? Sólo quería un poco de harina, la suficiente para que su madre pudiera dar de comer a sus hermanos y a ella. Sólo quería estar bien y llevar lo mejor posible las cosas que se había torcido desde hacía varios años. Algo le había hecho ver que su destino estaba sellado y que no podría escaparse. Alguna vez su padre quiso violarla, pero no era el momento de la deshonra, pues los silbidos de una ráfaga de metralla cegaron a su verdugo. Más tarde fueron unos hombres de su propio bando, quienes en su desesperación, no se dieron cuenta (no quisieron darse cuenta) de que era una hermana a la que atacaban y sus mandíbulas de lobo hambriento se ceñían sobre ella, hasta que una vez más sus héroes, las balas, la liberaron de las garras diabólicas. Esta vez no pudo salvarse.
Caminaba unos doscientos pasos. No era mucho, pero fue suficiente para que la profecía se cumpliera. Consiguió la harina y al salir de la tienda, dos hombres la abdujeron. Entró en una covacha negra, llena de orines y de salitre, de un seco aire y de olores a hombre. "No te va a pasar nada, es por alá", le dijeron en un árabe mocho y lleno de anglicismos. Y las manos le faltaron al respeto, la tocaron, la violaron, la asquearon; entraron hasta lugares que no sabía que existían (no quería saberlo, ¡aún no!) y las risas le intimidaban más que la sensación de las manos. No quiso saber nada y decidió viajar hacia el mundo donde todo pasa lentamente, suavemente y la vida se vuelve una pequeña hierba seca que es arrastrada por el viento. Terminaron y la aventaron fuera del antro de su perdición.
¿Cómo decírselos? ¿Cómo explicar que llevaba en el vientre un retoño que mataría su vida y la dejaría muerta entre los pellejos vivos? Porque era verdad que ahora no era más una mujer. Era peor que eso y eso era mucho. Caminó sin rumbo. Se tambaleaba. ¿Ir a su casa? No. Eso era definitivo. ¿A quién decirselo? Sólo veía piedras que caminaban por todos lados y que le lanzaban miradas maliciosas que delataban su pequeño secreto. Veía paredes que no la escucharían y que se cruzaban por su camino. Eran animales a los que no les importaba el destino de una más de las suyas. Esta sola en un laberinto de indiferencia y de cabellos largos. Miró un puesto de vigilancia junto a uno de los santos sepulcros del chiísmo. Tenían la bandera americana blasfemando a Alá. Un no sé qué le dijo que fuera con ellos, que ahí estaba la ventana a la tranquilidad. Dio un par de pasos y se plantó frente a un convoy.
Los soldados la miraron con sorna. ¿Qué quería aquella descarada? ¿Que le mejoraran la raza? Pero no pudieron inquirir mucho, pues aquella descarada voló en pedazos junto con los dos soldados que ya tenían mojados los pantalones. Un bombazo más, un atentado suicida más, un número más en las estadísticas. Un zapato quedaba por ahí, mostrando al mundo que aquella mujer estaba mejor en la tranquilidad de la muerte que en la tranquilidad de lo que alguna vez ella había considerado como su casa.
Fuente: BBC News
¿Cómo decírselos? ¿Cómo explicar que el camino a comprar un poco de harina y regresar a su casa se había convertido en un talud difícil de librar? Sólo quería un poco de harina, la suficiente para que su madre pudiera dar de comer a sus hermanos y a ella. Sólo quería estar bien y llevar lo mejor posible las cosas que se había torcido desde hacía varios años. Algo le había hecho ver que su destino estaba sellado y que no podría escaparse. Alguna vez su padre quiso violarla, pero no era el momento de la deshonra, pues los silbidos de una ráfaga de metralla cegaron a su verdugo. Más tarde fueron unos hombres de su propio bando, quienes en su desesperación, no se dieron cuenta (no quisieron darse cuenta) de que era una hermana a la que atacaban y sus mandíbulas de lobo hambriento se ceñían sobre ella, hasta que una vez más sus héroes, las balas, la liberaron de las garras diabólicas. Esta vez no pudo salvarse.
Caminaba unos doscientos pasos. No era mucho, pero fue suficiente para que la profecía se cumpliera. Consiguió la harina y al salir de la tienda, dos hombres la abdujeron. Entró en una covacha negra, llena de orines y de salitre, de un seco aire y de olores a hombre. "No te va a pasar nada, es por alá", le dijeron en un árabe mocho y lleno de anglicismos. Y las manos le faltaron al respeto, la tocaron, la violaron, la asquearon; entraron hasta lugares que no sabía que existían (no quería saberlo, ¡aún no!) y las risas le intimidaban más que la sensación de las manos. No quiso saber nada y decidió viajar hacia el mundo donde todo pasa lentamente, suavemente y la vida se vuelve una pequeña hierba seca que es arrastrada por el viento. Terminaron y la aventaron fuera del antro de su perdición.
¿Cómo decírselos? ¿Cómo explicar que llevaba en el vientre un retoño que mataría su vida y la dejaría muerta entre los pellejos vivos? Porque era verdad que ahora no era más una mujer. Era peor que eso y eso era mucho. Caminó sin rumbo. Se tambaleaba. ¿Ir a su casa? No. Eso era definitivo. ¿A quién decirselo? Sólo veía piedras que caminaban por todos lados y que le lanzaban miradas maliciosas que delataban su pequeño secreto. Veía paredes que no la escucharían y que se cruzaban por su camino. Eran animales a los que no les importaba el destino de una más de las suyas. Esta sola en un laberinto de indiferencia y de cabellos largos. Miró un puesto de vigilancia junto a uno de los santos sepulcros del chiísmo. Tenían la bandera americana blasfemando a Alá. Un no sé qué le dijo que fuera con ellos, que ahí estaba la ventana a la tranquilidad. Dio un par de pasos y se plantó frente a un convoy.
Los soldados la miraron con sorna. ¿Qué quería aquella descarada? ¿Que le mejoraran la raza? Pero no pudieron inquirir mucho, pues aquella descarada voló en pedazos junto con los dos soldados que ya tenían mojados los pantalones. Un bombazo más, un atentado suicida más, un número más en las estadísticas. Un zapato quedaba por ahí, mostrando al mundo que aquella mujer estaba mejor en la tranquilidad de la muerte que en la tranquilidad de lo que alguna vez ella había considerado como su casa.
Fuente: BBC News
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