Fidelico
Etiquetas: hámster, número 00 0 comentariosFidel miraba por la ventana, meditando la siguiente jugada que haría para mantener sus status quo. Ya estaba viejo y eso lo sabía muy bien él, pero no podía dejar de pensar que la sangre que le hervía en las venas aún gritaban por más poder, más ron y más mujeres.
Los ojos se le clavaron en la lejanía, recordando a todos los próceres que habían hilvanado en su cerebro un cúmulo de conceptos ilusos y porosos. ¿Cómo mantener a esos héroes carcomidos por el tiempo? ¿Cómo impedir que las marejadas del oleaje impulsara su barca lejos de lo que él creía correcto? ¿Cómo detener la impensable fuerza de la bola de nieva con un dedo?
Su revolución había muerto hacía años, pues llevaba los mismo años atrapada en la turbulenta fuerza centrífuga que la arrastraba hacia el centro de la corriente materialista e insensible. Moría, moría por dentro poco a poco. Hacía meses que ya no probaba bocado pues cada vez era más común darse cuenta que todo lo que le rodeaba provenía del imperio; ese imperio al que había declarado la guerra hacía más de medio siglo... ese imperio que ya formaba parte de él. Sin él moriría. Por él vivía. Era terrible darse cuenta finalmente de eso, pero poco a poco sus canas lo hacían entrar en razón.
¿Qué hacer para que su pueblo se diera cuenta de que todavía su alma era revolucionaria? ¿Cómo hacer para que su decrepitud no lo exiliara al olvido o al odio? ¿Cómo, cómo? No hallaba las respuestas. Intentó al encender un puro. "Ya no tenemos en las bodegas señor, los usamos para pagar su estancia en Houston". Maldición. Pidió un ron. "Ya no tenemos en las bodegas señor, lo usamos para embriagar al pueblo y que no se amotinaran". Doble maldición. Pidió una mujer. "Ya no tenemos señor, las usamos para atraer más turismo y evitar que la isla se hundiera... aún más". Tres maldiciones. No quería nada, nada que tuviera que ver con nada y nada que tuviera que ver con todo. Quería estar solo.
¡Solo! Qué gran idea. Y la soledad que buscaba sólo se podía encontrar en un lugar: el mar. El ancho océano Atlántico lo arroparía y lo dejaría pensar y pensar y pensar y descansar. Pero qué locura, ¿por qué exiliarse al mar cuando podía recuperar su renombre? Lo tenía, la rueda arcaica de su cerebro volvía pesadamente a girar poco a poco. Sólo tenía que dejar el gobierno en manos expertas: su hermano. Ahora él sería quien se embarcaría hacia Florida, en busca del sueño. Se lanzaría en una barca, cruzaría las leguas de distancia, desembarcaría en las playas de Miami y ahí publicaría cómo él, Fidel, a los ...años de edad, invadía solo a aquella nación que tanto aborrecía. ¡Qué gran plan!
Dispuso todo para la aventura. Abdicó a favor de su hermano. Mando traer los autos mejor conservados para construir una embarcación que lo llevara a su destino. Mandó cortar quinientos cocos que empacaron en el portaequipajes, y pidió la colección completa de los calendarios de Niurka, pues preveía que la soledad duraría un rato y había que matarla a manotazos. Completamente listo, justamente a las 9:32 de la mañana, zarpó hacia el sueño americano, para recuperar su nombre y quizás, con buena suerte y una manita de gato en algún hospital gabacho, hasta su autoestima como hombre.
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