Los faVulosos mojados
Etiquetas: Cuervo, número 01 0 comentariosTeníamos que vernos, era necesario para que cada uno me contara lo que había visto en el mundo. Nos quedamos de ver en un lugar céntrico, aparentemente cercanos a todos, pero nunca imaginamos que las plumas y los pelos quedarían inundados inesperadamente.
Teníamos que vernos, era necesario para que cada uno me contara lo que había visto en el mundo. Nos quedamos de ver en un lugar céntrico, aparentemente cercanos a todos, pero nunca imaginamos que las plumas y los pelos quedarían inundados inesperadamente.
"Estoy seguro que cada uno de ustedes tiene buenas noticias", les dije tratando de romper el hielo que nos provocaba el frío de la lluvia mezclándose con los vientos. Nada, no hubo una respuesta convincente, pues los dientes les castañeteaban de tal manera que, aunque me hubieran soltado una letanía, ésta se habría entendido tanto como los graznidos de un cuervo (y que lo diga yo).
En fin, pedimos cervezas al buen señor don Castor, quien en el acto las trajo. "Pensé que vendríamos todos", les dije a los que estábamos. En un rincón, entumida y llena de cieno y lodo hasta las orejas estaba el Colibrí. Había dejado de aletear, pero parecía que intentaría hablar un poco. Nos contó sobre una señora a la que habían secuestrádole al hijo y ahora le querían bajar lo valiente y lo brava.
Después, por ahí andaba Eke el hámster, quien no dejaba de roer las papas a la belgicana que venían incluidas con el precio de la cerveza. "¿Y tú, Eke el hámster, de qué nos vas a hablar?" y nos contó sobe un par de campesinos que tenían la fórmula para que la energía del mundo nunca se acabara, pero nadie los escuchó. Parecía que tenía toda una reseña, pero no quiso ahondar más. Por eso hay que desconfiar de los ratones, nada bueno, por muy hámsters que sean, pueden traer, pues tienen en las venas un poco de su ratona madre.
Ahí estaba también el Cococonejo, quien alegre y saltarín siempre era, aunque en esta ocasión las patas le pesaban demasiado pues mucha agua había absorbido su algodonesco pelaje. "Y tú, ¿qué encontraste en los vicios de los hombres?". Y cuando volteé a verlo, me di cuenta de que había desaparecido. ¿Dónde está el Cococonejo? Preguntamos todos, y después, el humo de su cigarrillo lo delató. Esto de la ley antitabaco creo que terminará por espantar a más de uno a estas reuniones. Al final, llegó el ornitorrinco, acompañada de su misterioso amigo.
Así estuvimos, contando nuestras empantanadas aventuras, riéndonos de todo lo que habían dicho los hombres y de todas las tonterías que decían. Y nos dimos cuenta de lo más interesante y de la razón de ser de esta comunidad: los diarios dicen lo que los hombres quieren oír, pero si supieran que la verdad es tan, a veces, ridícula, quizás no se tomarían las cosas en serio y empezarían a ser un poco menos infelices y coexistirían un poco más en paz.
Los faVulosos miembros entendimos el mensaje que os contaré hasta la próxima luna nueva. Por mientras, prestad atención y mantened grandes las orejas para que entiendan los que quieren entender y los que no, comiencen a creer en las vicisitudes del compañerismo más neutral. A continuación os presento las primeras historias. No se preocupen, que serán bastantes para que sus ojos queden saciados de la sed que les provoca la ignorancia.
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