El regreso de Fidelico
Etiquetas: número 02, Toro 0 comentariosFidelico regresó a su isla. Quería conocer el exterior, quería triunfar y lo consiguió... por lo menos en su mente. La realidad es que el día en que zarpó no llegó muy lejos. A penas lo vislumbraron unas patrullas fronterizas estadounidenses cuando encadenaron su bote y al subir para registrarlo, se dieron cuenta de q el comandante tiritaba como loco, quemado...
________________________________________________
Fidelico regresó a su isla. Quería conocer el exterior, quería triunfar y lo consiguió... por lo menos en su mente. La realidad es que el día en que zarpó no llegó muy lejos. A penas lo vislumbraron unas patrullas fronterizas estadounidenses cuando encadenaron su bote y al subir para registrarlo, se dieron cuenta de q el comandante tiritaba como loco, quemado, lleno de llagas salinas y siempre hablando de la idea más grande que jamás se le hubiera ocurrido. Claro está que los güeritos (más morenos y con facciones cubanoides que americanoides) no entendieron nada. Al verlo tan mal, pensaron que lo mejor sería tirarlo al agua y que los animales hicieran lo suyo pero un muchacho, alto, moreno, fornido y con facciones nahuatlacas pero con un acento excelente de inglés británico se dio cuenta de la verdad. Aquél despojo, barbudo, medio loco y con la piel carcomida por el sol no podía ser otro que... Quetzalcoatl.
Como tal, el chico alto, moreno, fornido y con facciones nahuatlacas pero con un acento excelente de inglés británico llevó al Quetzalcóatl con su gente, en un suburbio lleno de tendederos y chamacos jugando en las calles tronando cohetes y jugando a escapar de la chota. Ahí metieron al Quetzalcoátl, lo bañaron, lo arreglaron, lo vistieron y le dieron de comer anguilas de harina o sea fideos. Los probó y se dio cuenta de que con la mitad del plato ya se había llenado. Y ocho horas después no tenía todavía ganas de comer un bocado. ¿Milagrosos fideos que solucionaban la hambruna? No sólo eso, Milagrosos fideos que lo haría billonario. Quizás era estar en Estados Unidos lo que le había despertado a ese comerciante que todos llevamos dentro, pero pronto recuperó sus fuerzas y utilizó todas las artimañas aprendidas en la guerrilla y en sus años como comandante para hacerse de la fórmula.
Con el papel en la mano, se hizo al mar nuevamente, prometiendo a los falsos aztecas que regresaría. Tomó un barco que sin querer (o más bien, sin él saberlo) lo llevo hasta la mismísmas costas de Corea del Norte. Claro está que Fidelico nunca lo supo. Él se bajó del barco y lo primero que vio fue gente con los ojos rasgados. "Malditos Estadounidenses, lanzaron la bomba mientras yo dormía bajo el sol y aquellos extraños hombrecillos me daban la fórmula... ¡oh no! la radiación fue tan fuerte que sus ojos se rasgaron. Pero no se preocupen que yo los ayudaré".
Un oficial lo reconoció... ese era el entrañable comandante Castro. Inmediatamente lo llevó con las altas autoridades de Pyongyang y de ahí, después de exponer su invención (realmente de los hombrecillos, pero eso no lo iba a decir él) fue llevado con Bang Hyeong-guk, director del Instituto de Investigación Alimenticia de Corea del Norte. La historia ya la saben ustedes, lo que nadie sabe es a dónde se fue Fidelico, pues al ver que no ganaría el dinero que pensó se lanzó nuevamente a la mar, en busca de su hogar...
Fuente: El Universal
Fidelico regresó a su isla. Quería conocer el exterior, quería triunfar y lo consiguió... por lo menos en su mente. La realidad es que el día en que zarpó no llegó muy lejos. A penas lo vislumbraron unas patrullas fronterizas estadounidenses cuando encadenaron su bote y al subir para registrarlo, se dieron cuenta de q el comandante tiritaba como loco, quemado, lleno de llagas salinas y siempre hablando de la idea más grande que jamás se le hubiera ocurrido. Claro está que los güeritos (más morenos y con facciones cubanoides que americanoides) no entendieron nada. Al verlo tan mal, pensaron que lo mejor sería tirarlo al agua y que los animales hicieran lo suyo pero un muchacho, alto, moreno, fornido y con facciones nahuatlacas pero con un acento excelente de inglés británico se dio cuenta de la verdad. Aquél despojo, barbudo, medio loco y con la piel carcomida por el sol no podía ser otro que... Quetzalcoatl.
Como tal, el chico alto, moreno, fornido y con facciones nahuatlacas pero con un acento excelente de inglés británico llevó al Quetzalcóatl con su gente, en un suburbio lleno de tendederos y chamacos jugando en las calles tronando cohetes y jugando a escapar de la chota. Ahí metieron al Quetzalcoátl, lo bañaron, lo arreglaron, lo vistieron y le dieron de comer anguilas de harina o sea fideos. Los probó y se dio cuenta de que con la mitad del plato ya se había llenado. Y ocho horas después no tenía todavía ganas de comer un bocado. ¿Milagrosos fideos que solucionaban la hambruna? No sólo eso, Milagrosos fideos que lo haría billonario. Quizás era estar en Estados Unidos lo que le había despertado a ese comerciante que todos llevamos dentro, pero pronto recuperó sus fuerzas y utilizó todas las artimañas aprendidas en la guerrilla y en sus años como comandante para hacerse de la fórmula.
Con el papel en la mano, se hizo al mar nuevamente, prometiendo a los falsos aztecas que regresaría. Tomó un barco que sin querer (o más bien, sin él saberlo) lo llevo hasta la mismísmas costas de Corea del Norte. Claro está que Fidelico nunca lo supo. Él se bajó del barco y lo primero que vio fue gente con los ojos rasgados. "Malditos Estadounidenses, lanzaron la bomba mientras yo dormía bajo el sol y aquellos extraños hombrecillos me daban la fórmula... ¡oh no! la radiación fue tan fuerte que sus ojos se rasgaron. Pero no se preocupen que yo los ayudaré".
Un oficial lo reconoció... ese era el entrañable comandante Castro. Inmediatamente lo llevó con las altas autoridades de Pyongyang y de ahí, después de exponer su invención (realmente de los hombrecillos, pero eso no lo iba a decir él) fue llevado con Bang Hyeong-guk, director del Instituto de Investigación Alimenticia de Corea del Norte. La historia ya la saben ustedes, lo que nadie sabe es a dónde se fue Fidelico, pues al ver que no ganaría el dinero que pensó se lanzó nuevamente a la mar, en busca de su hogar...
Fuente: El Universal
0 comentarios: to “ El regreso de Fidelico ”
Publicar un comentario